ADDEMDUM FINISPÍRA Nº6 - El misterio del 2012
ADDEMDUM FINISPÍRA Nº6
El misterio de 2012
Durante años, el 2012 fue una cifra cargada de promesas y advertencias.
Un punto de inflexión que, según muchos, marcaría el final del mundo o el inicio de una nueva era.
El 21 (o para algunos, el 23) de diciembre de aquel año se convirtió en una fecha tatuada en la mente colectiva. Los calendarios mayas lo anunciaban; las teorías conspirativas lo amplificaban; los buscadores espirituales lo esperaban con una mezcla de miedo y fascinación.
Entre las muchas voces que alimentaron el mito, la del etnobotánico Terence McKenna resonó con especial fuerza. Su teoría del Timewave Zero proponía una curva de tiempo que culminaría precisamente en 2012, cuando toda la historia humana alcanzaría un punto de máxima complejidad antes de reiniciarse.
Para mí —como para tantos otros que frecuentábamos los foros de aquella web todavía libre y caótica— su idea fue una revelación. Internet, en esos años, era un territorio de descubrimiento puro: un laberinto donde convivían la física cuántica, el misticismo andino, la geometría sagrada y la especulación apocalíptica.
Pero entonces llegó el día.
Y no ocurrió nada.
O al menos, nada que pudiera verse.
A simple vista, el mundo siguió girando. Sin embargo, algo profundo cambió.
La década que siguió al 2012 no trajo el cataclismo esperado, sino una mutación silenciosa: el ascenso de la tecnología digital, la disolución de las fronteras entre lo humano y lo virtual, y el nacimiento de un nuevo tipo de consciencia colectiva.
Quizá el fin del mundo no fue físico, sino psicológico.
Quizá el “fin del tiempo” de McKenna era la metáfora de una transición invisible: el paso del mito a la red, del alma a los datos.
En el fondo, el 2012 fue un espejo de nuestra mente: esperanzada, temerosa, y siempre buscando sentido ante el abismo.
El apocalipsis que temíamos era, tal vez, la revelación que necesitábamos.
En mi caso, esa fecha fue un antes y un después.
Yo también esperé el gran salto —y como muchos, no lo vi llegar.
Dejé mi trabajo estable en China, viajé a Bali convencido de que el amanecer del nuevo ciclo traería una humanidad renovada. Pero lo único que encontré fue silencio. Un silencio vasto, tan profundo que aún hoy lo escucho. y talvez ese salto fue en sí mismo el comienzo lento de otra etapa en mi existencia. Nada espectacular.
Ese vacío fue la semilla de Finispíra.
Un intento por reconciliar la decepción del no-milagro con la necesidad de seguir creyendo.
De algún modo, escribirla fue mi forma de cerrar la herida del 2012: integrar ese fin que nunca llegó, y transformarlo en principio.
Hoy pienso que el cambio sí ocurrió, solo que no fue externo.
Comenzó dentro de nosotros, en la forma en que percibimos, recordamos y soñamos.
El 2012 fue el punto donde el mito se hizo consciente de sí mismo.
Y Finispíra es, quizás, el eco de ese despertar.

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