ADDEMDUM FINISPIRA #5 - La cueva de los Tayos

Addenda de Finispíra #4
La Cueva de los Tayos: el útero metálico del mito


Faro subterráneo que convoca voces ancestrales: la caverna que contiene el eco de los pájaros nocturnos, la sombra de una biblioteca imposible y el paso de exploradores que creyeron poder tornarla humana.



En la selva amazónica ecuatoriana, al oriente de los Andes, yace una grieta que desafía al silencio: la Cueva de los Tayos. Su nombre procede del “tayo” (guácharo), un ave nocturna que revolotea en sus galerías, como un habitante natural y vigilante del abismo. 

Hace siglos, los pueblos Shuar —guardianes del bosque y del subsuelo— descienden cada primavera con lianas y antorchas para recolectar los polluelos grasos del guácharo. Es un ritual que no solo abastece, sino que también marca un pacto ancestral con la cueva: ella da y exige respeto. 

La boca de la cueva abre un pozo vertical (~65 m) que conduce a túneles, galerías, cámaras naturales kilométricas: casi 4,6 km de traza subterránea.Las rocas muestran ángulos inusuales, paredes lisas que el agua esculpió pero que al ojo curioso parecen puertas, corredores geométricos, vestigios de lo que el mito califica como estructuras artificiosas.

Por décadas, el rumor de una “biblioteca metálica” encerrada en esa oscuridad creció como fuegos subterráneos. La idea: placas de metal inscritas con caracteres antiguos, resúmenes del saber perdido, reliquias de una civilización olvidada.Muchos creen (o esperaron) que esa biblioteca existiera realmente.

En los años sesenta, el nombre de János “Juan” Moricz irrumpió como energía magnética. Decía haber penetrado profundamente en la cueva y descubierto esas planchas, rechazando luego compartir coordenadas exactas. Móricz vinculó esos hallazgos a antiguas migraciones europeas (Magiares), sugería una genealogía oculta de los pueblos.

Mientras tanto, por fuera del mito, estaba Carlo Crespi, sacerdote salesiano en Ecuador. En su museo privado en Cuenca, acumuló piezas donadas por los Shuar y exploradores: cerámicas, artefactos, objetos rituales. Algunas versiones dicen que el padre Crespi llevó consigo “tablillas envueltas en periódicos” desde territorios vinculados a los Tayos.Pero sus colecciones fueron objeto de robos, ventas, incendios: hoy muchas piezas están perdidas, apenas quedan fotografías, rumor.

Luego, en 1976, la cueva atrajo una de las más ambiciosas expediciones modernas. Organizada por Stanley Hall, reunió casi un centenar de personas (británicos, ecuatorianos, militares), equipos técnicos, logística masiva. El factor sorpresa: se invitó a Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna. Atraer su nombre convocaba atención global. Armstrong aceptó participar, aunque su rol y compromiso exacto siguen siendo asunto de debate.

Dentro de la cueva exploraron ramificaciones, geología, restos arqueológicos menores (como cerámicas o enterramientos) —pero la biblioteca metálica no apareció. Las cámaras menos visitadas revelaron tumbas aisladas con objetos modestos (conchas, cerámica), sugiriendo que en algún tiempo hubo rituales subterráneos.

Las percepciones chocan: para algunos, la cueva es solo un laberinto natural de agua y piedra; para otros, es una estructura simbólica, una «puerta del legado». Las leyendas Shuar hablan de espíritus como Weh y Nunkui, entidades del subsuelo y de la fertilidad vegetal, que habitan la oscuridad y custodian los secretos del interior.

Hoy, el acceso a la cueva está regulado por la Federación Shuar, y las excursiones solo se permiten bajo permiso y acompañamiento local. Exploradores recientes, como Alex Chionetti, han retomado los mitos y diferencian cuidadosamente lo que hallan del rumor.

Quizás la verdad de los Tayos no se encuentre en placas metálicas ocultas, sino en el límite entre naturaleza, memoria indígena y deseo del hombre por trascender la piedra.


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